Hace 100 años llegó al mundo el poeta y ensayista Alí Chumacero,
escritor considerado el Juan Rulfo de la poesía mexicana. Poeta, escritor,
ensayista y editor mexicano. Recibe el Premio “Xavier Villaurrutia”, “la
Medalla “Belisario Domínguez”, el Premio Iberoamericano de Poesía “Ramón López
Velarde” y “Alfonso Reyes”, entre otros. Autor de “Páramo de sueños”, “Imágenes
desterradas” y “Palabras en reposo”.
Nacido en Nayarit el 9 de julio de 1918, el también editor
independiente, fue director fundador de la serie “SepSetentas”, gerente de
producción del Fondo de Cultura Económica, cofundador de la revista “Tierra
Nueva” (1940-1942), director de “Letras de México” (1937-1946) y miembro de la
Academia Mexicana de la Lengua, entre otros cargos.
Prologó la obra de los poetas más sobresalientes de nuestro tiempo,
Alfonso Reyes y Xavier Villaurrutia, ha escrito artículos sobre la literatura
mexicana actual. Escribió las presentaciones de Gilberto Owen, Amado Nervo y José
Gorostiza para la serie de discos "Voz viva de México".
Dedicó parte de su vida a la crítica literaria, sin embargo, de
acuerdo a los expertos, fue en la poesía en donde Chumacero consiguió
plenamente exponer su sensibilidad y talento lírico colocándose como uno de los
precursores de la poesía moderna en México. A decir de José Emilio Pacheco los
poemas de “Páramo de Sueños” 1940 e “Imágenes desterradas” 1948 son monólogos o
discursos a un “tú” que es siempre una mujer lejana o a un punto de
alejarse. [Poesía. Alí Chumacero. FCE.
2008].
Si su poesía juvenil es exigente, la llamada poesía de madurez,
escrita entre 1948 y 1958, requiere de los lectores una colaboración tal que
puede llamarse complicidad. La obra poética breve y admirable de Chumacero se
concentra en tres libros propios: Páramo de sueños (1944), Imágenes desterradas
(1947) y Palabras en reposo (1956).
Al igual que Juan Rulfo, quien también nació en 1918, Alí Chumacero
escribió por necesidad interior y una vez escrito lo que debía expresar,
enmudecía.
Serie “Voz viva de México” (Colección Radiounam). Fragmento de los
poemas “A una flor inmersa”. Laurel de ángel, 1948.
Cae la rosa, cae
atravesando el agua,
lenta por el cristal de sombra
en que su tallo ahoga;
desciende imperceptible,
clara, ingrávida, pura
y las olas la cubren, la desnudan,
la vuelven a su aroma,
hácenla navegante por la savia
que de la tierra nace
y asciende temblorosa,
desborda la ternura de su tacto
en verde prisionero
y al fin revienta en flor
como el esclavo que de noche sueña
en una luz que rompa
los orígenes de su sueño,
como el desnudo ciervo, cuando la fuente brota,
que moja con su vaho la corriente
destrozando su imagen.
Cae más aún, cae
más allá de su savia,
sobre la losa del sepulcro,
en la mirada de un canario herido
que atreve el último aletazo
para internarse mudo entre las sombras.
Cae sobre mi mano
inclinándose más y más al tacto,
cede a su suavidad de sábana mortuoria
y como un pálido recuerdo
o ángel desalado,
pierde una estela de su aroma,
deja una huella: pie que no se posa
y yeso que se apaga en el silencio.
Serie “Voz viva de México” (Colección Radiounam). Fragmento de los
poemas “Poema de amorosa raíz”. Páramo de sueños, 1940.
Antes que el viento fuera mar volcado,
que la noche se unciera su vestido de luto
y que estrellas y luna fincaran sobre el cielo
la albura de sus cuerpos.
Antes que luz, que sombra y que montaña
miraran levantarse las almas de sus cúspides;
primero que algo fuera flotando bajo el aire;
tiempo antes que el principio.
Cuando aún no nacía la esperanza
ni vagaban los ángeles en su firme blancura;
cuando el agua no estaba ni en la ciencia de Dios;
antes, antes, muy antes.
Cuando aún no había flores en las sendas
porque las sendas no eran ni las flores estaban;
cuando azul no era el cielo ni rojas las hormigas,
ya éramos tú y yo.
Serie El Sonido de las palabras “Mujer ante el espejo”.
Deja la sombra, advierte la humareda
velando el oleaje de los años: fervor
y compasión
desde el abismo alternan castidades segadas
y el perenne danzar de Salomé.
Tu sonreír la escoria desafía, por un instante alienta
escamas que prolongan el destellar del pelo
y alzan la imagen de la juventud,
en tanto el tiempo tornase en espacio, tardío atardecer
suspenso entre el rumor de la corriente impura.
Tú que labraste anónimo laurel
y por las noches el amor trocabas en pálida sentencia,
avivas el fulgor que a la serpiente engaña
cuando cruza la ola del sonido.
Levanta del recuerdo aquel vacío cuando a ojos cerrados
sin odio ni embriaguez te recostabas, fría
como el asombro, a renacer clamores
y jardines recientes, precediendo la única tormenta
que aniquila en el valle mortal los infortunios.
Llora si quieres, cúbrete de
escarnio
al contemplar en humillada piel el esplendor que iba,
de calle en calle, hendiendo un vendaval de tigre
a veces por el vino restañado.
En épocas de crimen, los placeres de ti se desprendían
como pueblos y arenas, comarcas y naufragios, y tus cabellos eran
desnudez;
pero cierra los párpados y deja al tiempo agonizar
porque la estatua al fin presiente su derrumbe.