Hoy quiero hablarte de un gran poeta mexicano que nació un día como hoy hace 109 años: Efraín Huerta. ¿Sabes quién fue y por qué es importante recordarlo? Te lo cuento en este post.
Efraín Huerta fue un escritor, poeta y periodista que se destacó por su expresividad, su humor y su compromiso social. Nació el 18 de junio de 1914 en Silao, Guanajuato, y murió el 3 de febrero de 1982 en Ciudad de México. Fue uno de los intelectuales más populares y reconocidos de su país en el siglo XX.
Su obra poética abarca casi medio siglo y se caracteriza por su variedad de estilos y temas. Desde el amor hasta la protesta política, desde la contemplación de la naturaleza hasta la crítica de la vida urbana, desde el lirismo más refinado hasta el coloquialismo más directo, Huerta exploró todas las posibilidades del lenguaje.
Entre sus obras más importantes se encuentran Absoluto amor (1935), Los hombres del alba (1944), La rosa primitiva (1950), El Tajín (1963), Poemas prohibidos y de amor (1973) y Estampida de poemínimos (1980). Los poemínimos son una forma poética que él mismo inventó, consistente en versos breves cargados de humor, ironía y juego de palabras.
Huerta fue también un periodista activo y comprometido con las causas sociales. Colaboró con unos cuarenta periódicos y revistas, algunos bajo su nombre y otros bajo sus seudónimos. Fue partidario de la República Española durante la Guerra Civil, fundador de la revista Taller junto con Octavio Paz y militante del Partido Comunista Mexicano.
Su obra fue reconocida con varios premios, entre ellos el Premio Xavier Villaurrutia en 1975 por su obra en general, el Premio Nacional de Poesía así como el Premio Nacional de Ciencias y Artes en 1976, el Premio Nacional de Periodismo en 1978. Además, en su honor se creó el Premio Efraín Huerta de Poesía Joven, que se otorga cada año a un poeta menor de 35 años.
Efraín Huerta es un autor imprescindible para conocer la literatura mexicana del siglo XX y para disfrutar de la belleza y el ingenio de sus versos. Te invito a leer algunos de sus poemas más conocidos:
Declaración de amor
El Tajín
La muchacha ebria
Amor
Te quiero
Te adoro
Te beso
Te muerdo
Tierra
Sangre
Sol
Maíz
Revolución
Primero
Que nada
Me complace
Enormísimamente
Ser
Un buen
Poeta
De segunda
Del
Tercer
Mundo
Bitácora de un Mexicano
un blog que te cuenta
las historias de mi tierra y mi
gente
te enseño su cultura y su arte
te invito a conocerla y quererla
Como describía Carlos Monsiváis: “por fortuna no han encontrado (los poemínimos) descendencia (…) por fortuna porque se necesita un poeta como Huerta para solventar las dificultades del género. Se puede ver como poesía menor pero con tanta habilidad que solo un gran poeta pudo haberla hecho.”
Si te gustó este post, compártelo con tus amigos y déjame tus comentarios. ¿Qué te pareció la vida y la obra de Efraín Huerta? ¿Qué otros poetas mexicanos te gustan? ¿Qué otros temas te gustaría que te contara? Te espero en mi próximo post.
Declaración de amor
Ciudad que llevas dentro
mi corazón, mi pena,
la desgracia verdosa
de los hombres del alba,
mil voces descompuestas
por el frío y el hambre.
Ciudad que lloras, mía,
maternal, dolorosa,
bella como camelia
y triste como lágrima,
mírame con tus ojos
de tezontle y granito,
caminar por tus calles
como sombra o neblina.
Soy el llanto invisible
de millares de hombres.
Soy la ronca miseria,
la gris melancolía,
el fastidio hecho carne.
Yo soy mi corazón
desamparado y negro.
Ciudad, invernadero,
gruta despedazada.
2
Bajo tu sombra, el viento del invierno
es una lluvia triste, y los hombres, amor,
son cuerpos gemidores, olas
quebrándose a los pies de las mujeres
en un largo momento de abandono
—como nardos pudriéndose.
Es la hora del sueño, de los labios resecos,
de los cabellos lacios y el vivir sin remedio.
Pero si el viento norte una mañana,
una mañana larga, una selva,
nos entregara el corazón deshecho
del alba verdadera, ¿imaginas, ciudad,
el dolor de las manos y el grito brusco, inmenso,
de una tierra sin vida?
Porque yo creo que el corazón del alba
en un millón de flores,
el correr de la sangre
o tu cuerpo, ciudad, sin huesos ni miseria.
Los hombres que te odian no comprenden
cómo eres pura, amplia,
rojiza, cariñosa, ciudad mía;
cómo te entregas, lenta,
a los niños que ríen,
a los hombres que aman claras hembras
de sonrisa despierta y fresco pensamiento,
a los pájaros que viven limpiamente
en tus jardines como axilas,
a los perros nocturnos
cuyos ladridos son mares de fiebre,
a los gatos, tigrillos por el día,
serpientes en la noche,
blandos peces al alba;
cómo te das, mujer de mil abrazos,
a nosotros, tus tímidos amantes:
cuando te desnudamos, se diría
que una cascada nace del silencio
donde habitan la piel de los crepúsculos,
las tibias lágrimas de los relojes,
las monedas perdidas,
los días menos pensados
y las naranjas vírgenes.
Cuando llegas, rezumando delicia,
calles recién lavadas
y edificios—cristales,
pensamos en la recia tristeza del subsuelo,
en lo que tienen de agonía los lagos
y los ríos,
en los campos enfermos de amapolas,
en las montañas erizadas de espinas,
en esas playas largas
donde apenas la espuma
es un pobre animal inofensivo,
o en las costas de piedra
tan cínicas y bravas como leonas;
pensamos en el fondo del mar
y en sus bosques de helechos,
en la superficie del mar
con barcos casi locos,
en lo alto del mar
con pájaros idiotas.
Yo pienso en mi mujer:
en su sonrisa cuando duerme
y una luz misteriosa la protege,
en sus ojos curiosos cuando el día
es un mármol redondo.
Pienso en ella, ciudad,
y en el futuro nuestro:
en el hijo, en la espiga,
o menos, en el grano de trigo
que será también tuyo,
porque es de tu sangre,
de tus rumores,
de tu ancho corazón de piedra y aire,
de nuestros fríos o tibios,o quemantes y helados pensamientos,
humildades y orgullo, mi ciudad.
Mi gran ciudad de México:
el fondo de tu sexo es un criadero
de claras fortalezas,
tu invierno es un engaño
de alfileres y leche,
tus chimeneas enormes
dedos llorando niebla,
tus jardines axilas la única verdad,
tus estaciones campos
de toros acerados,
tus calles cauces duros
para pies varoniles,
tus templos viejos frutos
alimento de ancianas,
tus horas como gritos
de monstruos invisibles,
¡tus rincones con llanto
son las marcas de odio y de saliva
carcomiendo tu pecho de dulzura!
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El Tajín
1
Andar así es andar a ciegas,
andar inmóvil en el aire inmóvil,
andar pasos de arena, ardiente césped.
Dar pasos sobre agua, sobre nada
—el agua que no existe, la nada de una astilla—,
dar pasos sobre muertes,
sobre un suelo de cráneos calcinados.
Andar así no es andar sino quedarse
sordo, ser ala fatigada o fruto sin aroma;
porque el andar es lento y apagado,
porque nada está vivo
en esta soledad de tibios ataúdes.
Muertos estamos, muertos
en el instante, en la hora canicular,
cuando el ave es vencida
y una dulce serpiente se desploma.
Ni un aura fugitiva habita este recinto
despiadado. Nadie aquí, nadie en ninguna sombra.
Nada en la seca estela, nada en lo alto.
Todo se ha detenido, ciegamente,
como un fiero puñal de sacrificio.
Parece un mar de sangre
petrificada
a la mitad de su ascensión.
Sangre de mil heridas, sangre turbia,
sangre y cenizas en el aire inmóvil.
2
Todo es andar a ciegas, en la
fatiga del silencio, cuando ya nada nace
y nada vive y ya los muertos
dieron vida a sus muertos
y los vivos sepultura a los vivos.
Entonces cae una espada de este cielo metálico
y el paisaje se dora y endurece
o bien se ablanda como la miel
bajo un espeso sol de mariposas.
No hay origen. Sólo los anchos y labrados ojos
y las columnas rotas y las plumas agónicas.
Todo aquí tiene rumores de aire prisionero,
algo de asesinato en el ámbito de todo silencio.
Todo aquí tiene la piel
de los silencios, la húmeda soledad
del tiempo disecado; todo es dolor.
No hay un imperio, no hay un reino.
Tan sólo el caminar sobre su propia sombra,
sobre el cadáver de uno mismo,
al tiempo que el tiempo se suspende
y una orquesta de fuego y aire herido
irrumpe en esta casa de los muertos
—y un ave solitaria y un puñal resucitan.
3
Entonces ellos —son mi hijo y mi amigo—
ascienden la colina
como en busca del trueno y el relámpago.
Yo descanso a la orilla del abismo,
al pie de un mar de vértigos, ahogado
en un inmenso río de helechos doloridos.
Puedo cortar el pensamiento con una espiga,
la voz con un sollozo, o una lágrima,
dormir un infinito dolor, pensar
un amor infinito, una tristeza divina;
mientras ellos, en la suave colina,
sólo encuentran
la dormida raíz de una columna rota
y el eco de un relámpago.
Oh Tajín, oh naufragio,
tormenta demolida,
piedra bajo la piedra;
cuando nadie sea nada y todo quede
mutilado, cuando ya nada sea
y sólo quedes tú, impuro templo desolado,
cuando el país-serpiente sea la ruina y el polvo,
la pequeña pirámide podrá cerrar los ojos
para siempre, asfixiada,
muerta en todas las muertes,
ciega en todas las vidas,
bajo todo el silencio universal
y en todos los abismos.
Tajín, el trueno, el mito, el sacrificio.
Y después, nada.
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La Muchacha
Ebria
Este lánguido
caer en brazos de una desconocida,
esta brutal
tarea de pisotear mariposas y sombras y cadáveres;
este pensarse
árbol, botella o chorro de alcohol,
huella de pie
dormido, navaja verde o negra;
este instante
durísimo en que una muchacha grita,
gesticula y
sueña por una virtud que nunca fue la suya.
Todo esto no
es sino la noche,
sino la noche
grávida de sangre y leche,
de niños que
se asfixian,
de mujeres
carbonizadas
y varones
morenos de soledad
y misterioso,
sofocante desgaste.
Sino la noche
de la muchacha ebria
cuyos gritos
de rabia y melancolía
me hirieron
como el llanto purísimo,
como las
náuseas y el rencor,
como el
abandono y la voz de las mendigas.
Lo triste es
este llanto, amigos, hecho de vidrio molido
y fúnebres
gardenias despedazadas en el umbral de las cantinas,
llanto y
sudor molidos, en que hombres desnudos, con sólo negra barba
y feas manos
de miel se bañan sin angustia, sin tristeza:
llanto ebrio,
lágrimas de claveles, de tabernas enmohecidas,
de la
muchacha que se embriaga sin tedio ni pesadumbre,
de la
muchacha que una noche —y era una santa noche—
me entregara
su corazón derretido,
sus manos de
agua caliente, césped, seda,
sus pensamientos
tan parecidos a pájaros muertos,
sus torpes
arrebatos de ternura,
su boca que
sabía a taza mordida por dientes de borrachos,
su pecho
suave como una mejilla con fiebre,
y sus brazos
y piernas con tatuajes,
y su naciente
tuberculosis,
y su dormido
sexo de orquídea martirizada.
Ah la
muchacha ebria, la muchacha del sonreír estúpido
y la
generosidad en la punta de los dedos,
la muchacha
de la confiada, inefable ternura para un hombre,
como yo,
escapado apenas de la violencia amorosa.
Este tierno
recuerdo siempre será una lámpara frente a mis ojos,
una fecha
sangrienta y abatida.
¡Por la
muchacha ebria, amigos míos!
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