A través de la filosofía de
Emilio Uranga, José Manuel Cuéllar Moreno alude a la revolución mexicana
que a parecer del autor cada mexicano la guarda en un cajón y la saca a relucir una vez
al año para verla través de un desfile. Cuéllar menciona que la revolución mexicana ya
no es siquiera un discurso fundacional que antes era usado para apuntalar al gobierno.
Cuéllar retoma a este filósofo que considera un personaje olvidado en la historia de México pero también ocultado,
negado, sepultado por la incomodidad que generaba a su alrededor. Emilio Uranga fue asesor de los
entonces presidentes Adolfo López Mateos (1958-1964), Gustavo Díaz Ordaz
(1964-1970) de quien se consideraba inquietantemente cercano, de Luis Echeverría
Álvarez (1970-1976) y de José López Portillo (1976-1982); vivió y fue
participante activo de la época plena del llamado "presidencialismo
puro", pero que por otro lado hizo una gran labor teórica "tras
bastidores".
El gran debut de Uranga sucedió
en 1960 con el triunfo de la revolución cubana, cuando al mismo tiempo surge
una nueva izquierda en México que deja de lado los principios de la historia nacional para mirar los objetivos de la revolución de la isla caribeña pues esta sí significaba una revolución
que creaba, que accionaba y que no solo quedaba en papel, en letras.
El evento medular sucedió mientras Adolfo López Mateos, presidente que tuvo
un papel fundamental en la nacionalización de la industria eléctrica, la
creación del ISSSTE, de la creación de la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuito, que fueron parte de su trascendencia como estadista mexicano, dejó ver la
luz en Guaymas (Sonora) la siguiente frase: "Mi gobierno es de extrema
izquierda... dentro de la Constitución", lo anterior debido a una pregunta sobre cuál era la orientación de su gobierno. Cuéllar contrasta que en nuestros
tiempos ni siquiera la "izquierda" diría eso.
En su momento, expone el autor,
el impacto de la frase fue de tal magnitud que los capitales retiraron
inversiones, se generó un pánico relevante en la sociedad, la oposición acusó
al entonces presidente de "colgarse la medalla de la izquierda" hasta
que apareció Emilio Uranga para disipar la controversia generada y explicar lo
que el presidente había referido haciendo alusión a que la revolución mexicana se
convirtió en un texto y quedó plasmada en la Constitución de 1917, misma que
devino en la creación del Estado, y que por lo tanto, concluía:
"Revolución mexicana y Estado mexicano prosperarán juntos o perecerán juntos; la verdadera izquierda, la auténtica izquierda únicamente puede darse dentro del PRI".
Emilio Uranga también forja la frase: "La Revolución mexicana no ha terminado, es una revolución inconclusa, no
está atrás de la historia, es la brújula del país y marca el rumbo para saber a
dónde dirigirse".
Cuéllar menciona que en ocasiones este tipo de argumento
nacionalista hace falta en la política actual pues los teóricos de esta
disciplina se han reducido y diversificado en las plataformas que eliminan las
fronteras entre las ideologías para mezclar las visiones en conjuntos de
estrategias partidistas.
El autor remata declarando que es "deprimente el nivel
intelectual del debate político en la actualidad pues se ha perdido el suelo de
la historia y la filosofía, el ejercicio de estudiar las consecuencias y la
herencia revolucionaria ya no tiene campo en nuestros días".
Sin embargo su convicción para
retomar a teóricos como Uranga es suficiente motivación para acompañar al
lector en el descubrimiento sobre la posibilidad del acompañamiento entre
filosofía y política, una figura ineludible y respetada a pesar del perfil que
obtuvo ante la gente a su alrededor.
"Hablar con él era
apabullante, era explosivo, era incendiario, era contestatario, pero tenía una
erudición como pocos", comparte Cuéllar.
El autor advierte que Emilio
Uranga fue expulsado de los círculos académicos sobre todo después del
movimiento de 1968 pues vivió numerosas acusaciones de una ola de escritos que se le atribuían al
filósofo y que la historia no ha permitido confirmar si realmente fueron obra
de él, se complica aún más porque Uranga realmente estaba en la posición de escribirlos. Subraya que es inquietante
cómo uno de los artífices del discurso pasa a ser uno de los símbolos de la
ignominia del "Viejo PRI".
"Emilio Uranga tenía su
personalidad y su carácter, pero sobre todo tenía el talento para decir las
cosas sin miramientos y sin tapujos, acertando a las fibras sensibles,
pelándose con sus contemporáneos como Cosío Villegas, a quien llamó déspota por
destazar pollos y evadir la argumentación, criticando fuertemente sus tesis
históricas; por otro lado se enemistó con Carlos Fuentes pues lo consideraba un
"invento mediático"; acusó a Octavio Paz de oportunista y de hacer
"performance político"; por lo mismo Uranga no creó escuela o
discípulos, su obra no tuvo guardianes"
"Revolución inconclusa"
exhibe una casi inédita faceta de la generación de 1922 que prácticamente se
encuentra extinta. En el libro, el lector puede saborear el auténtico estilo de Emilio
Uranga que combina el elogio con la crítica mordaz y el humor. Resultado de un
trabajo extenuante de investigación y labor de archivo en la hemeroteca "Revolución inconclusa" ha
logrado con éxito recuperar a este personaje, el esfuerzo ha sido enorme, pues la obra de Uranga no está
publicada y los testimonios prefieren evitar hablar de esta incómoda
personalidad.
"Era un filósofo de
formación preguntándose qué era lo mexicano y respondiendo a través de su obra
rescatada "Análisis del ser" que bien daría respuestas a la crisis de
identidad que constantemente presentamos los mexicanos, de la mano de "El
laberinto de la soledad" de Paz, Uranga reflexiona sobre quiénes somos
como sociedad y nación.
Libro: La Revolución inconclusa. La filosofía de Emilio Uranga, artífice oculto del PRI.
Autor: José Manuel Cuellar Moreno.
Editorial: Ariel
Twitter: @jmcuellarm
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