“Con el tiempo me convertí en la
mejor actriz, socialmente aparentamos ser la pareja perfecta, sin embargo la
vida con mi esposo es una pesadilla. La verdad es que siempre lo ha sido, desde
el día de mi boda supe que había tomado una mala decisión, lo presentí. En la
luna de miel, descubrí su verdadero carácter, una forma de ser que mientras
fuimos novios nunca mostró.
Me comenzó a tratar muy mal, a menospreciarme, a
hacerme sentir chiquita, cuánta razón le di entonces a las voces de mis papás
que me habían aconsejado no casarme. Me embaracé de mi primera hija y las cosas
parecieron mejorar. Sin embargo, lo que sucedió fue que poco a poco me
acostumbré al maltrato y me fui encogiendo.
Tuvimos otros dos hijos y con el
tiempo me sentí una mártir, estaba convencida de que me sacrificaba por ellos.
Nunca tuve el valor de separarme de él. 25 años de vida fui infeliz, hasta que
su descaro y desamor eran tan evidentes que mis propios hijos lo notaron y me
aconsejaron separarme”.
La historia de Lucía se repite
una y otra vez de distintas maneras, parejas que no son felices pero deciden
permanecer juntos “por sus hijos”. Historias que vistas a lo lejos pueden
parecer nobles, pero de cerca son una película de terror.
Si alguna vez te has
sacrificado o has vivido alguna vez con alguien que todo el tiempo se
sacrifica, sabrás lo doloroso y lamentable que es. Al inicio parece funcionar
pero a la larga la mentira envenena. Todos pierden y nunca funciona, la ilusión
de que las cosas se compondrán es pasajera y el costo es muy alto. Las caras
pueden fingir, pero la energía que la desavenencia genera se percibe e impregna
cada una de las paredes de la casa y sus habitantes. Y los niños son
especialmente sensibles a ella, no hay manera de disimular.
Sacrificarse en
ningún caso es la solución, ni para salvar un matrimonio, ni para sacar
adelante una empresa, ni para lograr el éxito personal. El sacrificio siempre
pasa la factura, principalmente a nuestra salud.
Sacrificarte, lejos de hacer
bien, es solo un falso intercambio, entre más lo hacemos y más queremos dar,
más creemos que es nuestro derecho recibir y merecer. Como eso seguramente no
sucede, pues es una creencia que solo se encuentra en nuestra cabeza, los otros
ni se enteran y el resentimiento se acrecienta por minutos a costa de nosotros,
nuestra calidad de vida y de vivir encerrados en una prisión autogenerada.
En
el fondo el sacrificio también es miedo, cada vez que te sacrificas por algo o
alguien conviene observar ¿a qué le temes? A quedarte solo, a no poder, a ser rechazado
o a fracasar. Finalmente el sacrificio aunque no lo creas, también es una forma
de control, lo podemos utilizar para controlar las relaciones, para aferrarnos
a un pasado, a una imagen falsa de nosotros mismo, para evitar quedarnos solos
o hasta para eludir la intimidad. Una de las excusas más frecuentes que
escuchamos “es que lo hago por amor”. No te engañes, el sacrificio bajo ninguna
manera u óptica puede ser por amor, en realidad es egoísmo. Soterradamente
siempre hay una exigencia de que el otro o los otros también se sacrifiquen, el
amor entonces se vuelve un deber, un trueque, y el infierno en vida se
convierte en una realidad. La única manera de vivir una vida plena y gozosa es
acudir al corazón y enfrentar la realidad, ¿por quién y por qué me sacrifico?
Después, encontrar el valor para ser congruentes porque, no hay otra salida.
Te invito a observar los rostros
de las personas en la calle y de paso si te encuentras con algún espejo o
escaparate a observar el tuyo. ¿Qué ves? Por lo general vamos ensimismados,
presos en nuestra historia a la que damos vuelta en nuestra mente como ratones
que corren dentro de una rueda. No hay peor prisión que la de nuestros propios
pensamientos, estamos tan inmersos en ellos que con el tiempo, crean una especie
de capa densa y gris que incluso, llega a materializarse y nos impide ver todo
lo que sí tenemos. Lo más irónico es que esa capa densa con frecuencia es una
producción propia, es resultado de tener una vigía mental que no se separa un
segundo de la puerta. No distinguimos entre el conflicto generado por los otros
y el que genera nuestra propia mente. La única salida la puerta hacia la
libertad, es emprender un viaje con dirección al corazón, ese lugar que creemos
conocer y que reducimos a algunas ideas pero que sin embargo desconocemos por
completo. Cuyo territorio es infinitamente vasto, abierto y misterioso,
¿Qué
nos impide conectar con ese espacio de silencio que ya es perfecto y que está
aguardando nuestra visita?
El cuarto de espera, ¿alguna vez
te has encontrado en él? Esperas que la vida te de felicidad, que alguien te
ame, que aparezca la luz verde, la señal o que las cosas mejoren? Seamos
honestos, esperas a tener el valor, a correr cero riesgos o a que te den una
garantía. Si hay ocasiones en que esperar es sabio, sin embargo casi siempre la
espera no es otra cosa más que un pretexto perder el tiempo. Temor a
comprometerse, miedo a creer en las propias capacidades, aceptar y pasar por
encima de todas las dudas que aparecen.
En realidad no hay que esperar, en el
corazón radica lo que ya sabes que tienes que hacer lo que es tu camino, tu
felicidad, el amor y el éxito, solo es cuestión de confiar, confiar y dar el
paso. Es como tener una cuenta millonaria en el banco y no usarla. Las señales
que te encuentras en ese cuarto de espera son, sensación de escasez, de no
fluir, estar estancado, postergar todo, de vacío, poca energía y cero
motivaciones.
Qué curiosos somos los seres humanos, tenemos cero paciencia para
esperar lo que sea, por ejemplo, que se descarguen los documentos de la red,
que nos sirvan en un restaurante o que nos atiendan en un banco, sin embargo,
ponemos en espera nuestra propia vida. Cuando quedamos a la espera todo a
nuestro alrededor sufre, empezando por nuestras relaciones.
¿Cuántas veces los
conflictos se alargan por que las dos personas esperan a que la otra ceda y
tome la iniciativa? Bueno, y ni hablar de nuestra autoestima y nuestro trabajo,
incluso envejecemos más rápido a la espera del momento adecuado para salir de
deudas o terminar con los pendientes. Decimos que hay que esperar a terminar el
año, a que los hijos se vayan de casa, para entonces sí, disfrutar de la vida.
Una frase de un curso de milagros que siempre me ha impactado y que puede ser
la salida de este cuarto de espera es: “Aquello que falta en una relación es lo
que tú no has dado" Mientras no salgas, te tomes de la camisa y te saques
de ese cuarto de espera, no podrás darte cuenta de lo que sí es posible y de lo
que ya te aguarda. Para recibir de los otros, de las circunstancias y de la
vida solo hay que “querer-querer”, y actuar. Para encontrar el valor, conecta
con tu corazón, es desde ese lugar y con voluntad que la alquimia comienza y el
universo se confabula para que todo se de.